Tecnología: ¿potencial ilimitado y fuente de poder?

Un proverbio chino dice que « solo cuando se seca el pozo se reconoce el valor del agua ». Esta reflexión es especialmente pertinente en el ámbito de la desalación, que se ha convertido en la solución alternativa definitiva cuando regiones o incluso países enteros se ven forzados a recurrir a esta fuente de agua.

La desalación se hace necesaria cuando los recursos hídricos están disminuyendo y la demanda sigue creciendo, impulsada por múltiples usos: agua para consumo doméstico, agricultura, industria, y también para fines energéticos y digitales.

En 2023, se estima que alrededor de 20,000 plantas de desalación operaban en todo el mundo, produciendo diariamente 115 millones de metros cúbicos (m³) de agua dulce. Durante los últimos cincuenta años, esta tecnología ha pasado de ser un mito a convertirse en un recurso esencial para el funcionamiento de las monarquías del Golfo Pérsico y países como Australia. Israel, por su parte, ha alcanzado una notable autosuficiencia hídrica gracias a la desalación, utilizando esta herramienta como parte de su hidro-diplomacia, especialmente notable antes de los eventos trágicos del 7 de octubre de 2023. En el marco de los Acuerdos de Abraham, el 22 de noviembre de 2021, se firmó un memorándum de entendimiento con el Reino de Jordania para suministrarle 200 millones de m³ de agua dulce al año, gracias a la desalación.

Frente a sequías recurrentes, Marruecos se está embarcando en este proceso, mientras que en China, esta tecnología representa solo el 1.5% de su capacidad de producción de agua potable, a pesar de que casi la mitad de su población vive en 11 provincias costeras. Su uso está destinado a crecer considerablemente, debido a las limitadas reservas de agua y a infraestructuras de almacenamiento y transporte que no pueden satisfacer las necesidades hídricas en un contexto de estrés hídrico agravado por el cambio climático. ¿Y qué decir de California, cuyo PIB superó al de Alemania en 2023, pero que enfrenta una escasez de agua estructural? El Estado Dorado ha inaugurado recientemente cerca de San Diego su primera gran planta de desalación, complementando un conjunto de instalaciones que hasta ahora solo trataban aguas salobres.

Un desafío de seguridad para los países del Golfo y el Estado de Israel

La desalación se establece como un tema geopolítico mundial con actores económicos y países que dependen de ella para su poder e incluso su supervivencia. Esto es especialmente cierto para los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que agrupa a seis monarquías árabes en torno al Golfo Pérsico. Estos países representan el 60% de la capacidad de desalación instalada en el mundo y generan el 40% de la producción global de agua desalinizada a través de unas 400 plantas en la región. La desalación ha adquirido un carácter estratégico para Arabia Saudita, que lidera el mundo en términos de capacidad instalada, resultando en que el 70% de su suministro de agua depende de esta tecnología. Los Emiratos Árabes Unidos (EAU) ocupan el segundo lugar, obteniendo el 42% de su agua a través de procesos de desalación.

Los datos son incluso más significativos en otros países del CCG: en Omán, el 86% de su suministro de agua proviene de la desalación, y en Kuwait, el 90%. En Qatar, un país con uno de los ingresos per cápita más altos del mundo, el 99% del suministro de agua depende de solo tres plantas de desalación. Por razones de defensa y seguridad nacional, el proceso de desalación se ha ligado a reservas estratégicas; hace aproximadamente quince años, Qatar inició la construcción de cinco mega-reservorios, que suman 10 millones de m³ de agua desalinizada, estableciendo un récord mundial por ser los más grandes jamás construidos. En esta región del Golfo, la combinación de desalación y almacenamiento es crucial para responder a la creciente demanda de agua y para situaciones de emergencia. Al igual que Qatar, los estados del Golfo son particularmente vulnerables ante cualquier fallo en el proceso de desalación del que dependen.

Este escenario surge de diversas análisis sobre las amenazas y la historia reciente. Un informe elaborado en 1998 por un oficial del U.S. Air Command and Staff College enfatiza la alta probabilidad de un escenario de contaminación química o por hidrocarburos en el Mar Arábigo y sus consecuencias para el suministro de agua en los países del Golfo. Esta análisis se basa en hechos históricos, como la guerra de 1991, donde una marea negra provocada deliberadamente por las tropas de Saddam Hussein amenazó las plantas de desalación de Arabia Saudita y Bahréin. Hoy en día, las amenazas de contaminación superficial o soluble en el Mar Arábigo son relevantes, sobre todo en el contexto de los regulares lanzamientos de misiles y drones desde el Yemen controlado por los hutíes, aunque las tomas de agua en el mar se realizan a profundidades que generalmente protegen las instalaciones de la contaminación.

Sin duda, Israel también lleva a cabo este tipo de análisis para reforzar la resistencia de sus plantas de desalación, que se han vuelto cruciales para el abastecimiento de agua en el país. Desde la apertura de la planta de Ashkelon en 2005, la primera de su tipo en territorio israelí con una capacidad de 320,000 m³ por día, se han añadido cuatro plantas más, incluida la de Sorek, que opera desde octubre de 2013 y que es la mayor planta de ósmosis inversa del mundo, produciendo 625,000 m³ diarios. Estas plantas sirven a 1.5 millones de personas, y en conjunto, producen el 70% del agua consumida por los israelíes.